16.4.08

25 preguntas para Julio Borges




Julio Andrés Borges

–de madre catalana- saltó a la palestra pública a mediados de los años 90 cuando condujo un programa de televisión llamado “Justicia para todos”, transmitido por RCTV. Para esas alturas, ya había pasado por las aulas de la UCAB donde egresó como Abogado en 1992 y empezaría a gestar, en compañía de otros colegas, la semilla del partido Primero Justicia. Hoy funge como el coordinador nacional de la tolda aurinegra y distribuye su tiempo entre sus ocupaciones políticas y su vida familiar, faceta que comparte con su esposa, la periodista María Daniela Matheus, y sus cuatrillizos, quienes arribaron a su vida hace poco más de seis meses.

¿Cuál sería la mayor causa de su rebeldía?

A la que me he dedicado toda la vida, que es a la injusticia.

¿El mayor héroe de la historia?

¿El mayor héroe de la historia? Tengo varios, pero a mi me parece que el mayor es Juan Pablo II.


¿La palabra más hermosa del diccionario?

Dignidad.

¿Qué olor tiene su infancia?

Mi olor de infancia es olor a jardín, a grama, a naturaleza.


¿A quién mandaría al psiquiatra?

A muchos, la verdad. Mandaría a mucha gente en Venezuela al psiquiatra por la misma razón, de uno y otro lado.

¿Usa algún amuleto para la suerte?

Tengo muchos amuletos pero, más que amuletos son imágenes religiosas, de santos, cruces, rosarios, padres nuestros que los llevo conmigo para todas partes, son mi protección.


¿Alguna virgen o santo al que le tenga mucha fe?

Yo me he vuelto muy devoto sobre todo por Daniela, mi esposa que es de Barquisimeto, a la Divina Pastora e incluso mis cuatro chamos se llaman todos Juan Diego, Juan Pablo, Andrés Ignacio y Ana Sofía, de la Divina Pastora cada uno de ellos.

¿En qué ha cambiado su vida convertirse en padre de cuatro niños?

Eso es un proceso en cámara lenta. Es algo que todavía estoy asimilando. Los niñitos ya cumplieron seis meses y son una cosa que uno va construyendo todos los días porque no tienes todavía la plenitud de saber las consecuencias de todo eso. Todavía estamos acostumbrándonos a esos personajes que están aquí como una especie de invasores. Ha sido un cambio brutal del que todavía no tengo conciencia.


¿Qué no puede faltar en su nevera?

Agua y bueno, me gusta mucho el queso blanco, sobre todo.

¿A quién extraña?

Yo he tenido en la vida, gracias a Dios, mucha gente que ha sido muy cercana y grandes maestros míos y gente que me ha enseñado mucho y son personas que me han marcado la vida desde que nací hasta ahora y a muchos de ellos los extraño porque algunos de ellos han muerto.


¿Qué ha sido lo más cruel que le hayan dicho?

Lo más cruel que a uno le pueden decir, sobre todo cuando uno está metido en el mundo público, es que uno está mintiendo cuando uno está defendiendo profundamente una verdad.

¿Un ritual diario?

Cepillarme los dientes (risas).


¿Qué es lo más duro que le ha tenido que decir a alguien?

Siempre la parte más dura, sobre todo para mí es cuando uno tiene que despedir a alguien del trabajo porque siempre, así esa persona haya cometido alguna falta, la decisión de que alguna persona pierda el trabajo son de las cosas que a mí honestamente me cuestan, me marcan y me duelen más cuando me toca hacerlo.

¿A qué le tiene más miedo?

Antes le tenía súper fobia a los aviones y odiaba volar en aviones y a fuerza de lo que es la obligación de estar uno como un nómada dando vueltas por todas partes, en Venezuela y a veces viajando afuera, nada, me he tenido que acostumbrar y ahora es una cosa que hasta disfruto, la verdad y me siento contento porque vencí un miedo que, en el fondo, es irracional.


¿Quién es la mayor influencia en su vida?

Mi papá porque mi papá es una persona que se hizo sola sin tener nada. Fue huérfano apenas nació. Él nació y su papá había muerto, a los pocos meses se murió su mamá, era hijo único y, sin embargo, se ha logrado hacer solo como médico y es una persona que tiene una gigantesca dosis de sabiduría y de humildad que a mí siempre me ha marcado.

¿Un deseo concedido?

El haber tenido hijos después de siete años de búsqueda y, finalmente, haber tenido cuatro de un solo golpe, eso ha sido la bendición más bonita que nos ha tocado a Daniela y a mí.


¿Cambiaría algo de su físico?

No, no tengo ningún complejo porque yo creo que verdaderamente al final la belleza está adentro y lo físico pasa y la persona que se vuelve esclavo de esas cosas termina siendo una persona sufrida y alienada.

¿Un libro indispensable en su vida?

Muchos. Uno de los vicios que tengo es leer. Si pudiera, quizás, recomendar algún libro a alguien, un libro bonito a alguien yo recomendaría uno que se llama "Los cuatro amores" de un autor que se llama C.S. Lewis, que es un libro que explica toda la dimensión del amor en los seres humanos.


¿Qué le preguntaría a Dios?

Yo quizás la pregunta que le haría a Dios y es una de las cosas que más me intriga es el hecho de por qué existe la Trinidad, de por qué existe el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

¿Cuál es el único sentido que no sacrificaría?

Yo creo que el oído. Sacrificaría la vista, el olfato, el habla pero no creo que el oído, sería horroroso no poder oír.


¿A quién le intervendría el teléfono?

No, en ese sentido, no soy curioso y más bien, pienso que estamos viviendo en un país en donde ya ni se respeta ni el correo electrónico ni el teléfono. Yo creo que eso es sagrado y no hago lo que no me gustan que me hagan a mí.

Si tuviese el poder, ¿qué enfermedad erradicaría del mundo?

Más que una enfermedad física, me gustaría erradicar una enfermedad del alma: la vanidad, que como dice el diablo es su pecado favorito.

¿Qué capítulo borraría de la historia?

El holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Yo creo que ha sido una especie de vergüenza compartida por todos los seres humanos.

¿Qué es lo último que le gustaría ver antes de morir?

Me gustaría ver lo más que pueda a mis hijos grandes y con nietos y con una Venezuela distinta a la que tenemos hoy, una Venezuela en donde haya oportunidades de igualdad y paz. Esa sería la mejor manera de sentir que ha valido la pena todo lo que hemos hecho en la vida.


¿Vendería su alma?

No, no hace falta. No creo que nadie la quiera comprar tampoco, la verdad.



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